Verano

[Publicado por primera vez el 2 de marzo de 2014]

Era el primer día de esa época, la que se considera en otros países como "verano". Los niños estaban en vacaciones, los padres trabajaban duro, los universitarios terminaban semestre y los establecimientos comerciales empezaban la "temporada", todo igual.

Siempre, todos los años condenados a ser iguales, ese era el porqué de esos días. Salía por voluntad propia a las hambrientas calles del pueblo sin aviso; vestía con unos jeans, una camiseta y un pequeño morral que no era más que un adorno atravesando su cuerpo; su cabello corto, muy corto, zapatos bajos y un libro debajo del brazo.

Todo empezó hacía algunos años, ahora, tenía unos 15 o 16 años, no más de 17.

Su cara siempre estaba tranquila y sus pasos aunque firmes, eran muy suaves; sin embargo, parecía que algo le preocupaba. Nadie le reconocía, era una persona más que iba de paseo. Se sentaba en una banca del parque al que solía visitar a menudo, sola, y empezaba a leer el mismo libro que siempre llevaba bajo el brazo, daba la impresión que lo había leído mil veces, y sí; de vez en cuando levantaba la mirada y se perdía en el follaje del parque, pero volvía al mundo literario en un santiamén; así descuidadamente perdía toda la tarde y no se levantaba sino hasta que la luz natural se había ido, hasta que sus cansados y ya casi cegados ojos le dolían, no podía leer más, pero eso le gustaba, le gustaba la experimentar la sensación de sus ojos hinchados, de sus piernas entumecidas y del crujir de sus dedos. Y así valientemente colocaba, nuevamente, debajo de su brazo el libro y se dirigía hacia su casa.

Día tras día sin ninguna compañía, sola, y en el momento menos esperado, repetía la misma "rutina" que, irónicamente, la sacaba de su rutina, caminaba suave y firmemente con una mirada decidida hasta el parque, se sentaba en el mismo lugar y leía unos capítulos más de aquel libro grueso que llevaba bajo el brazo.

Pasaban las semanas y ella seguía haciendo lo mismo, su cabello crecía, sus ojos permanecían cansados, era como un ritual, un ritual que en algún tiempo no estaba dispuesta a terminar, pero este no era aquel tiempo. La presión en su pecho se hacía cada vez más grande y destructiva.

Al fin llegó el día, ese ultimo día, en el que iba a acabar todo. Una vez más, sabiendo que nunca lo volvería a hacer, salió sin aviso y se dirigió a cumplir su ritual, era diferente, todo le dolía más que lo normal y casi no podía soportar el hecho de respirar. Nuevamente, había llegado a la última página de su libro y tras leer esa cruel palabra "fin" se echó a llorar, no por lo melancólico del libro, sino por lo que significaba haberlo terminado, todos sus recuerdos se pusieron en marcha para pasar al frente de sus ojos y detenerse en esa persona.

"Si no fuera por mí, nada hubiera pasado" se repetía una y otra vez mientras su llanto le cortaba la respiración. Corrió hasta su casa, quemó el libro y todo lo que le recordaba a esa persona, podría decirse que sus lagrimas se encargaron de apagar el fuego y enfriar el carbón. Estaba hecho, ya no volvería a pasar por ese lugar de recuerdos, ya había ahogado su pena, la había velado, la había abandonado, como hizo con su cabello ese día, y había aceptado que su amada persona ya no estaba y lo que los unía tampoco.

Ese parque era su vínculo. Un día como cualquiera ella estaba sentada en esa banca, de repente se le había acercado y supo quién era y qué tanto la iba a amar. Estaba leyendo ese mismo libro, pero no lloraba; después de su encuentro tomados de las manos emprendieron el viaje del destino. Cada día después de clases se encontraban en aquel atajo, en aquel parque y entre besos, caricias y palabras se profesaban su amor. El último día esa persona decidió no pasar encontrarse con ella por prisas absurdas y tomó un camino que le impediría volver demostrando que no era el ángel que ella creía que era.

Los ángeles no pueden morir.

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Dedicado al amor 
Atenea Dreams
"Porque estoy dispuesta a renunciar"

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